Hechos 8, segunda parte

 

Queridos jóvenes y amigos,

 

Hemos visto a Felipe, el evangelista, predicando a multitudes de samaritanos con mucho éxito.  El Espíritu de Dios había obrado en manera maravillosa con la salvación de mucha gente.  Pero ahora la palabra de Dios para Felipe era “Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto.”  Puedo yo imaginarme decir en semejante circunstancia “Pero Señor, ¿no ves el gran trabajo que tengo aquí mismo?”  Pero este Felipe se había ejercitado para escuchar la voz de Cristo, y que bueno que leemos “Entonces él se levantó y fue.”  Quizás pensamos que la manera en que le vino a Felipe esta voz era algo milagrosa, y posiblemente así era.  Pero en Juan 10, leemos que “Mis ovejas oyen mi voz” y creo que esto tiene su significado por cada uno de nosotros que pertenecemos a Cristo.  El Señor Jesús nos habla hoy por medio de su palabra, la Biblia, y si tuviéramos corazón sensitivo a su voz, creo que andaríamos mas según su voluntad, incluso cuando conviene hablar con los muchos, o con una sola persona.

 

¡Que maravillosa oportunidad había para Felipe en este lugar de desierto, que parecía no tener gente!  Un señor, cuyo corazón había quedado sin aliento y sustento después de haber estado en el lugar más religioso en todo el mundo, Jerusalén.  Y así es, la religión no puede satisfacer el alma.  Pero en este lugar que tan recién habían crucificado al hijo de Dios, el eunuco había encontrado algo de valor, la palabra de Dios.  Damos gracia por la palabra de Dios, dondequiera que se encuentra, aunque este rodeado con muchas doctrinas erróneas.  La Biblia tiene su propio poder aunque los hombres tratan de eliminarlo.  Y Felipe no le habló de religión.  Oyendo que leía Isaías 53, “comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.”  Hablamos de esto la semana pasada, pero creo que vale la pena enfatizarlo bien, que nuestro evangelio no es religión, sino una persona, la persona de Cristo.

 

Una cosa mas notamos acerca del eunuco que recibió de una vez el mensaje de salvación por Jesús, ya habiendo obrado en su corazón el deseo de escuchar y aprender antes de que viniese Felipe.  La prueba de la calidad de predicación de Felipe era eso “el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.”  Su corazón del eunuco había sido satisfecho con Cristo y podía irse en su camino, sin derramar lagrimas por la pérdida de Felipe.  Cristo iba con él, aunque Felipe se había ido.  Vemos de los ancianos de Efeso “hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro.”  No es que no sentimos la partida de nuestros amados hermanos, especialmente cuando hay separación de miles de millas y poca esperanza de verles a menudo.  Yo conozco muy bien este dolor.  ¡Pero que bueno que el corazón del eunuco se había aferrado a Cristo, y no tanto a Felipe, y así podía irse gozoso!

 

Su hermano en Cristo, Felipe Fournier