Entretejido en la historia de la vida de David, hay muchos personajes
buenos, de quienes Jonathan, los tres hombres que tomaron agua del pozo, Melfiboset y Ittai, son ejemplos
brillantes. Entre estos amigos de David,
no hay uno, quizás, con un carácter más hermoso que el de Abigail, la
Carmelita. Su nombre es muy significante “fuente” o “causa de deleite” y
ciertamente su historia demuestra que ella era una fuente de deleite al corazón
de David.
Hasta el momento en que ella entra en escena, vemos
a David en circunstancias singulares. Aunque
el ungido del Señor—el próximo rey, y el hombre según el corazón de Dios— se ve
como un hombre cazado, en lugar de reproche, escondiendo en las cuevas de la tierra;
un vagabundo necesitado en los lugares desiertos; rodeado por fieles
seguidores, que se unieron a el (1 Samuel 22:1,2). En el curso de sus viajes,
él, y sus seguidores, hicieron lo bueno; para los pastores de Nabal David y sus
hombres “eran muy buenos con nosotros”. Ellos protegieron a los pastores y a su
rebaño de noche y de día; para que con tal David y sus hombres estuvieran
en su vecindad, ellos no perdieron nada.
Este Nabal, quien había recibido tal
beneficio de David y sus hombres, viene ante nosotros como un hombre de
sustancia y alta posición social.
El estaba en los ojos del mundo, un “muy gran”
hombre—uno que podría entretener en un estilo real. (1 Samuel 25:2,3,36.) El era, sin embargo, ante Dios, un hombre rústico y
“malo en sus obras”; uno que no aguantaba obstáculos puestos por otros (3,17).
El profesa no tener ningún conocimiento de David; porque él pregunta, “¿Quién
es David y quién es el hijo de Isaí?” Indudablemente él sabía de la gran
victoria de David sobre el gigante, y como las mujeres habían cantado sus
alabanzas; pero probablemente él miró a David como un hombre cuya cabeza había sido
girado por sus grandes hechos, y las canciones de las mujeres, aspirando el
trono tuvo que hacerse un sirviente rebelde quien saco fuera a su amo, el rey
Saúl. Si algún rumor acerca de que Samuel había ungido a David para ser el rey,
había llegado a sus oídos, él lo trató como un asunto de completa indiferencia.
El no prestó atención a tal información; para Nabal, David era sólo un
sirviente fugitivo. Así viene a pasar cuando David pide a Nabal, en día de
abundancia, hacer alguna recompensa por lo beneficios recibidos, los hombres
jóvenes de David se ahuyentaron con los insultos (4-12). David, enfadado por
tal trato, se prepara para tomar venganza.
Esto trae a Abigail al frente. Ella es descrita
como una mujer de lindo semblante, y además, “de buen entendimiento”. Ella
evidentemente había considerado las personas y los eventos de ese día, y Jehová
le había dado comprensión como la palabra de un apóstol, manifestado muchos
años después, “Considere lo que digo, y el Señor le de entendimiento”. Ella se
entera por uno de los hombres jóvenes de la tontería de su marido, e
inmediatamente actúa en fe, y, sin consultar a su marido. La naturaleza sólo
podría ver en David un sirviente en fuga; la fe, no mirando las circunstancias
exteriores, ve, en el cazado y necesitado David, el próximo rey. Así ella toma
su lugar como un sujeto del rey, y actúa con la deferencia que conviene la
presencia de un rey. Ella prepara su presente y, habiendo encontrado a David,
lo hizo su señor. Ella toma parte con David contra su marido y el rey Saúl. Ella confiesa que Nabal, aunque su marido, y
un gran hombre en el mundo, está actuando en una manera impía y tonta; y Saúl,
aunque el rey en poder, es mas bien “un
hombre” oponiendo al que Dios había ungido. Ella ve que David, aunque cazado y
en pobreza, esta “ligada en el haz de los que viven con Jehová”, y entrando en una herencia gloriosa.
Como Jonatan ella tenía una posición alta en este
mundo, como la esposa de “muy gran”
hombre; en contraste con Jonatan, a ella no le estorbaba, por su posición
social, identificarse con David en el día de su pobreza y reproche. Muy
benditamente ella mira más allá del día en que David esta sufriendo, y ve su
gloria venidera. En vista de esta gloria, y de la confianza en el rey, ella
puede decir, “y
cuando Jehová hiciere bien á mi señor, acuérdate de tu sierva.” Son palabras que no pueden
mas evocar la escena mucho mas grande, cuando un ladrón agonizante
discernió, en un Hombre crucificado, el Señor de gloria, y el Rey de reyes; y
mirando más allá de las horribles circunstancias del momento a la gloria
venidera, en confianza en el Rey, pudo decir, “Señor, acuérdate de mi cuando
vengas en tu reino”. Así la Abigail de alta sociedad y el ladrón nacido en lo
bajo, con la misma fe, ven más allá del presente y actúan y hablan en luz del
futuro; y el futuro justifica su fe.
David, aunque en circunstancias pobres, actúo
según la dignidad real, como un rey con su sujeto. El despide a Abigail con su
bendición después de haber aceptado su presente, escuchado sus peticiones, y
aceptado su persona (32-35). De regreso con su marido, Abigail lo encuentra
ebrio en una fiesta. Cuando está sobrio fue informado de lo que paso, y en
seguida “se le amorteció el corazón, y quedóse como
piedra.” Aproximadamente diez días después que el Señor lo hirió fuertemente,
y, usando la figura de Abigail, él se hecha a un lado así como una piedra
se tira con una honda (29, 36-38) .
Habiendo obtenido la libertad por su muerte, Abigail
se convierte en la esposa de David. Ella deja su posición alta y la facilidad y
comodidad, que era naturalmente la porción de una mujer de sustancia, para
asociarse con David en sus sufrimientos y divagación. En este nuevo camino ella
sabrá el sufrimiento y privación, incluso estar en el día que los enemigos de
David lo tomaron cautivo; pero ella también compartirá su trono en el día de su
reino en Hebron (1 Sam.
30:5; 2 Sam. 2:2)
¿No tenemos nosotros esta conmovedora historia, una
sombra del Hijo mayor de David? ¿No vemos en el rechazado y cazado David un
cuadro del que fue despreciado y rechazado de los hombres? Hay mucho de David que muestra que era hombre con
pasiones semejantes a los nuestros. Sin embargo, que notablemente lo pone como
un prototipo de aquel que en todo su camino de rechazo, era completamente
perfecto. Puede ser que David, en un
momento precipitado, ceñiría su espada para tomar venganza contra sus
enemigos; como Pedro en su espíritu, tirará su espada para defender a su
Amo; pero Cristo, en la presencia de sus enemigos, dirá, “Pon de nuevo tu
espada en su lugar.” En cada tipo hay estos contrastes, solo para mostrar que
ningún tipo puede tener la perfección total de Jesús. Otros pueden
darnos, a veces, un bendito prototipo de la venida de Uno, pero ellos son solo
sombras: Cristo es la sustancia, y solo Él es perfecto.
Si en David podemos ver un prototipo de Cristo, el
Rey de reyes, ¿no podemos ver en Nabal un cuadro de la actitud del mundo hacia
Cristo, en sus días en carne, o durante su presente morada a la diestra
Dios? Igual como Nabal, los pensamientos
del mundo no estiran más allá del tiempo presente. Como entonces, así ahora, hay una inclinación
mundial en la ganancia del presente, fiestas y placer. Por esto en el mundo
Cristo es un hombre despreciado y rechazado; uno en quien no se ve belleza; uno
que el mundo no da nada de valor; un mundo que no tiene ningún sentido de
su necesidad de Cristo. Puede hasta tener una profesión cristiana; sin embargo,
de hecho aún así, se satisface muy bien por sí mismo, que puede decir, “Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no
tengo necesidad de ninguna cosa”—incluso ni “necesidad” de Cristo. Así aunque se pone sobre
si mismo el nombre de Cristo, pone a Cristo mismo, fuera de sus puertas. Sin embargo,
tal es la gracia longánima de Cristo que, como pidió David a Nabal, aun así él está
de pie en la puerta de la iglesia profesante, llamando.
Si en medio de esta Cristiandad que rechaza a
Cristo, hay alguno que oye Su voz, y abre la puerta a Cristo, ¡cuan rico será
su bendición! En el presente tal persona
conocerá la dulce comunión con Cristo en el día de su rechazo, porque el Señor
puede decir al que le abre la puerta a Él, “yo entraré en él, y cenaré con él,
y él conmigo.” En el futuro, él que ha cenado con Cristo en el día de Su
rechazo, reinará con él en el día de su gloria, porque el Señor puede decir, “Al que venciere, yo le daré que se siente
conmigo en mi trono.”
¿De todo esto no es Abigail un brillante ejemplo?
Cuando el mundo cerró la puerta de golpe en la cara de David, ella abrió su
puerta, y puso su generosidad a su disposición; y ella tuvo su brillante
premio. Ella disfruto la dulce comunión con David en el día de su reproche;
ella se sentaba con él en su trono, en el día de su gloria.
Feliz para nosotros si tomamos advertencia por
Nabal, y seguimos el ejemplo de Abigail. Feliz de verdad si nos animemos a
separarnos del todo de las corrupciones de la profesión cristiana para reunirse
fuera del campamento en el lugar de Su vituperio. La cristiandad esta poniendo
grandes esfuerzos para provocar una unidad impía, en que cada verdad fundamental
de la Cristiandad se negará, o perdido en una ruma de especulación, hasta que
Cristo estará fuera; solo para encontrar, al final, que ellos se unieron para
ser vomitados fuera de la boca de Cristo. Bien entonces para los verdaderos santos estar
listos para la solemnidad del día en que vivimos, y oír la voz del Señor
diciendo, “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis participes de sus
pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis. 18:4).
Aquellos que obedezcan las palabras del Señor
encontrarán, así como Abigail en su día, que la liga de la naturaleza, la posición
social, y las autoridades religiosas mundanas, tendrán que ser superados. Si nosotros, como Abigail somos vencedores,
encontraremos este lugar afuera con Cristo una bendición presente más profunda
y alta gloria futura.
Hamilton Smith (traducida por Milangela
Coronado de Barquisimeto, Venezuela)